España hace no mucho tiempo, era un país esencialmente rural.
Fue a mediados del pasado siglo, cuando los españoles empezaron a vislumbrar en
las ciudades, una oportunidad de mejora y progreso para las siguientes
generaciones. Así se inició el mayor éxodo rural de la historia reciente de
nuestro país, coincidiendo con el resurgimiento de la economía española,
oprimida y castigada hasta entonces, por los países contrarios a la dictadura
Franquista.
El motivo principal de este cambio económico, pudo deberse
entre otros, al servilismo del Caudillo hacia los Estados Unidos, que
encontraron aquí la puerta de expansión ideal para su dominio estratégico y
militar en la zona. A cambio, los americanos abrieron España al mundo, después
de más de una década de ostracismo y aislamiento.
Sería en torno a 1960, donde definitivamente los campesinos
con pocas posesiones que mantener y nada que perder, ven en las regiones y
ciudades más industrializadas como: Madrid, Cataluña, País Vasco y Asturias, la
posibilidad de incrementar sus paupérrimos ingresos y mejorar sustancialmente
su calidad de vida, con hospitales, colegios, etc. Nacen las grandes ciudades y
las poblaciones dormitorio que circunvalan la metrópolis original, generándose
el primer boom inmobiliario en la década de los 60.
Existe también una emigración
voluntaria hacia el exterior, que a diferencia de la anterior (durante la
guerra civil y postguerra), nace como respuesta a una demanda, de mano de obra
barata no muy cualificada, que requieren países como Francia y Alemania
principalmente, inmersos en un rápido desarrollo industrial y tecnológico. Esta
emigración fue de ida y vuelta, la mayoría de los que se fueron regresaron con
sus familias para montarse sus pequeños negocios, con los ahorros conseguidos…
algo que sin embargo, nunca ocurrió con los exiliados forzosos de la contienda
española. Estos nunca regresaron, ni siquiera cuando finalizo la dictadura
franquista, en 1975.
Alrededor de los ´70 disminuye la migración, básicamente por
la crisis del petróleo de 1973, el parón industrial que esto acarreó y la
demanda de una mano de obra más cualificada. España por entonces, era un país
con el 70% de sus ciudadanos viviendo en las ciudades…
Todo lo descrito, también ocurrió con total seguridad, en
Atarés. Localidad perteneciente al municipio de Jaca, Huesca. Pueblo adoptivo
de mis padres y en consecuencia, de sus hijos y nietos.
Este artículo surgió con motivo de unos días de descanso y
disfrute en las fiestas mayores de Atarés, a finales de agosto. Y por la
inercia que acompañan mis escritos, lo que me obliga a cumplir con la promesa
que le hice a uno de los jóvenes emigrados a la gran ciudad. Escribir sobre su
pueblo y sus gentes.
Esta pequeña localidad oscense, ubicada en las postrimerías
de la cordillera pirenaica, a 16 Km. de la conocida y turística ciudad de Jaca http://www.jaca.es/sites/default/files/atares.pdf
No llega a contar con más de 40 vecinos
censados, unas 40 casas, una preciosa iglesia parroquial del S. XVI en honor a
San Julián y una escuela “de primeras letras”, recientemente remodelada con una
digna biblioteca, pero carente de lo esencial, los pequeños huéspedes.
La bonanza económica no llego en forma de ladrillo a esta
pedanía. No quisieron verse acorralados por apartamentos de temporada y decidieron
mantener la autenticidad y fisonomía original de su pueblo. El rudo, agreste
y tozudo Atarés.
Solo permitieron reverdecer, como las podas del buen
jardinero, nuevas y preciosas casas de montaña, e incluso una cuidada y
solícita Casa Rural www.casabarosa.es,
nacidas, de los solares de casonas en ruinas y eras descuidadas por el tiempo.
La coyuntura que se vive en Atarés, es el reflejo de muchas pedanías
que sobreviven al abandono de sus gentes e incluso renacen con todo su
esplendor y glamour, gracias al compromiso inquebrantable de sus pobladores,
que con ilusión, trabajo y sacrificio, hacen de su pueblo un motivo de orgullo
y satisfacción personal, al arreglar sus calles, renovar su alcantarillado y
reformar sus viviendas, con sus propios medios, el trabajo. Algo que no asusta
a sus gentes, acostumbradas a duras jornadas en el campo, con el ganado o con
los útiles de labranza.... lo que nos
deja a urbanitas como yo, en muy mal lugar, acostumbrados como estamos a
las comodidades de la gran ciudad, donde todo lo tenemos a mano.
Recuerdo las primeras veces que asome por Atarés. Coincidió
con el proceso de reforma integral que sus pobladores acometían en sus calles,
con la participación de todos: niños, jóvenes, mayores y vecinos de localidades
cercanas, que se unían a arrimar el hombro por una sola causa, salvar el pueblo
del abandono y desdicha que otros muchos habían sufrido por esta zona de
Aragón. Algo que sin duda lograron, llegando a ser premiados como uno de los
pueblos más bonitos y mejor conservados
de la Jacetania.
Yo recale allí, por la casualidad de tener un padre que adora la montaña que tanto ha vivido y disfrutado.
Aparecí allí, por el empeño de unos padres que se sienten
como en casa, cada vez que pisan el pueblo de Atarés.
Me vi allí disfrutando de la tranquilidad de sus gentes, la
solidaridad y generosidad que demuestran a cada instante, ofreciéndote cualquier
tipo de manjar de sus cuidadas huertas.
Me obligue a ir allí, cada vez que mi alborotado tiempo me
lo permite, por la libertad con la que juegan mis niños por sus empedradas calles,
con los dos o tres perros que por ahí deambulan disfrutando de una vida nada
perra.
Descubrí allí, lo mucho que pueden aprender mis hijos sobre las
frutas, verduras y cereales que nacen en sus fértiles tierras y de la privilegiada
naturaleza, fauna y flora que rodean y embellecen esta zona del pre-pirineo… con
Peña Oroel como telón de fondo y la histórica Ermita de San Juan de la Peña al
otro lado.
Y sobre todo, seguiré acudiendo allí, por el sentimiento de familiaridad,
de comunidad y de amistad que en todo momento te manifiestan los Ataresanos. Haciéndote
sentir siempre, como uno más. Uno de ellos.
Si los mayores son el espíritu, el origen y el aprendizaje
continuo de Atarés. Los jóvenes, que por sus calles jugaron hace una década,
son el alma y el corazón de los Ataresanos. Muestran todo lo bueno que
heredaron de sus padres, abuelos y bisabuelos, e intentan mantener la llama
encendida, apostando por su pueblo. Un pueblo que quiere seguir existiendo, después
de 1000 años de historia.
Muchos de estos jóvenes, por motivos de trabajo y estudios,
se han visto obligados a emigrar a las ciudades limítrofes, como: Jaca, Huesca
o Zaragoza. Volviendo siempre cual boomerang, cada vez que sus quehaceres se lo
permiten.
Quiero terminar con la primera reflexión que me vino a la
cabeza, cuando decidí escribir sobre “mi pueblo” y que por motivos de
estructura y a modo de epitafio, he decidido colocar al final…
La vida no empieza ni termina en las grandes ciudades. La
“vida” en toda su plenitud y autenticidad, es más rica y verdadera en muchos de
los pequeños pueblos de nuestra fracturada España. Que gracias al esfuerzo de
sus pobladores por intentar burlar la migración hacia la gran ciudad, subsisten
y mantienen viva la raíz de nuestros ancestros. Nuestros orígenes.
Dedicado a Sra. Ramona,
que tanto me recuerda a mi abuelita.
Oscar Ara
Suscribo y aliento desde el profundo sentir, pese a que las circustancias físicas no me permitieron disfrutar, tanto como vos, a las bellas personas de Atarés... Besos hermano!!
ResponderEliminar