En el Mundo de Mostruosilandia existía una región llamada Tierra Siniestra. En ella vivían 2 niños horrorosos y asquerosos, cuya fealdad habían heredado de su nauseabunda y mal oliente madre la Princesa Horrorosa, fea como un callo malayo y por ende justa heredera del Rey CaraMoco, su padre.
El Rey venía de una antiquísima estirpe de la realeza, cuyos orígenes se remontaban al ser supremo del Horror, a los ancestros de su bisabuelo. Llevaba gobernando más de tres décadas en Tierra Siniestra con el amor y admiración incondicional de sus ciudadanos. Los pobladores de Siniestra pertenecían a diversas etnias: los Pestilentes, los Seis-dedos y los Jorobados…estos últimos de la misma etnia del Rey y la Princesa.
Los dos niños, hijos de la Princesa Horrorosa, tenían 6 y 8 años. Uno era CacaCulo y el pequeño PedoPis. El nacimiento de esos niños y todo lo que aconteció antes de su gestación, supuso para el Rey CaraMoco, el mayor desafío de su vida y la angustia más dura jamás vivida a lo largo de sus 80 años.
Todo empezó hace mucho, mucho tiempo, cuando la Princesa cumplía los 18 años. En Tierra Siniestra es tradición el viaje iniciático, el primer viaje en solitario que realiza todo joven con la llegada de la mayoría de edad. Dicho viaje representa la madurez y la responsabilidad que tendrán que asumir los jóvenes para el resto de sus vidas.
La joven Princesa Horrorosa, rebelde y moderna, quiso realizar dicho viaje como una ciudadana más, con la consiguiente desaprobación y disgusto de su tradicional padre, el Rey.
El viaje iniciático no tenía normas, cada joven elegía libremente su destino, sin consulta previa. La única condición era que a su vuelta, tendría que contar el significado de su vivencia. Los valores aprendidos y los errores corregidos en su experiencia.
La Princesa había oído de un paraje muy, muy lejano, casi insignificante en el Mundo de Mostruosilandia, donde existía una rara etnia, que no se sabe muy bien ni como eran, ni de donde venían. Unos pobladores casi clandestinos, en un mundo equivocado, que no les pertenecía. Este lugar olvidado se llamaba, Aldea Bonita.
En los días que le ocupo llegar hasta Aldea Bonita, la princesa recordó como su padre, cuando era niña, le contaba historias terribles y llenas de fantasía, sobre los habitantes y parajes de este remoto lugar. Recordó también, la infinidad de dibujos que hizo de niña motivados siempre por los cuentos y la fantasía de su padre. Dibujos criticados repetidamente por el Rey - ¡Que terca es esta pestilente niña! – gritaba.
Horrorosa a secas, que así se hacía llamar en su viaje iniciático, sin el "Princesa". Llego a su destino después de varios días de tortuosos y quebrados caminos. Su cara lo decía todo cuando diviso a lo lejos Aldea Bonita; ojos como platos, su boca entreabierta y la barbilla caída. - ¡Qué lugar más horripilante! - musito. No daba crédito a lo que veía. Su padre se había quedado corto en sus narraciones. Era mucho peor.
En Bonita, la luz del sol brillaba hasta dejarte casi ciego, sobre un cielo azul claro e inmenso... sin horizonte. Los prados, de un verde desconocido para ella, se movían al son de una brisa cálida y húmeda, cual sinfonía perfecta, acompañados por el repicar de unas aves pequeñas y ridículas, que sobrevolaban sin cesar tan desconcertante paraje.
Todo ese panorama terrorífico, estaba salpicado por una multitud de colores que ni siquiera ella era capaz de reconocer en su tan amada Tierra Siniestra. Colores y olores comulgaban al unísono dejando una sensación de desagradable embriaguez, que no era capaz de reconocer. No se parecía a nada que ella hubiera olido o sentido con anterioridad. Nauseabundo.
Cerro lo ojos y tras una profunda y larga inspiración, tomo la decisión de continuar. No podía dar marcha atrás después de haber cumplido con la ilusión de su infancia. Conocer ese paradigmático y recóndito lugar de fantasía. Acelero el paso y se dejo llevar.
Lo más duro para Horrorosa, fue encontrarse con el primer habitante de Aldea Bonita. Luego, con el tiempo y la costumbre de sus ojos, esa desagradable sensación se fue atenuando como el efecto de una anestesia y poco a poco, se hizo soportable.
Los habitantes de Bonita, nada acostumbrados a visitantes extranjeros, corrían despavoridos a esconderse tras los pórticos de sus monstruosas casas. Casas de colores vivos y chillones, casas de formas angulosas y graciosas, precedidas todas en la entrada, por un manto verde y “cosas olorosas” blancas, rojas y rosas.
- "Corrían a esconderse por miedo o por vergüenza"- se preguntaba la Princesa. Corrían seguramente por la fealdad de sus simétricos rostros, por sus nauseabundos ojos claros, por esas naricitas respingonas y miserablemente perfectas. - "¡No me extraña que se escondan, ante mi majestuosa belleza!"- sentenciaba la Princesa. -"Entonces corren por su fealdad y vergüenza"- sentenció.
Horrorosa, con su pestilente presencia y en un periquete, había vaciado de aldeanos la patética Plaza Central de Bonita. En la soledad, se percato nuevamente de la fealdad de aquel patético y lúgubre lugar. Tejados de tonos ocres e iguales, balcones con filigranas y decorados con raras plantas de colores chillones... y paredes pintadas de blanco iluminaban las calles por el reflejo del sol que acompañaba un monótono cielo azul… Insoportable.
Pero la Princesa no estaba sola, presente ante ella, a unos 100 pasos de distancia, un hombre diferente la observaba. Cuando se acerco a Horrorosa hasta quedar a tan solo medio metro de distancia. Cara a cara. Solos. Sin que nadie pudiera impedirlo…
Ocurrió.
El Palacio Real de Tierra Siniestra estaba especialmente engalanado para ese día. Situado en lo que en tiempos primigenios fue la primera Atalaya defensiva de la ciudad, en la zona alta. Alrededor se fue construyendo el Castillo ya medio derruido y el Palacio Real. Actualmente, en la periferia y de forma radial se van dibujando las empedradas calles y avenidas de Siniestra. Donde el color predominante de las casas son los grises, adornados irremediablemente por los verdes del moho y hongos que aparecen por doquier.
Cualquier ciudadano de Siniestra puede observar desde sus pútridos hogares la grandiosidad y belleza del Palacio Real. Sus cuatro altas y retorcidas torres y sus tétricas bóvedas centrales, perfilan el siempre oscuro y tenebroso cielo gris de Tierra Siniestra. El Palacio, es el orgullo de todos los nauseabundos pobladores de esta región.
Los fastos de ese día en Palacio, eran en honor a la querida Princesa Horrorosa, que regresaba del viaje iniciático emprendido hace ya año y medio.
En la sala Real de Palacio, destacaba el majestuoso trono del Rey situado estratégicamente delante de un grandioso tapiz, cuyos dibujos policromados rememoraban las grandes batallas ganadas por sus antepasados. Tiempos de guerra por suerte ya lejanos.
El Rey CaraMoco, sentado en su trono y rodeado de toda la Corte y Grandes del reino, esperaba ansioso la entrada de su queridísima hija Horrorosa. Miraba nervioso hacia todos lados. Arriba la gran cúpula protegía la sala con autosuficiencia y dejaba entrar la tétrica luz de Siniestra a través de sus sucias cristaleras. A un lado la contundente chimenea, que con su crepitar calentaba la sala no sin dificultad... y de repente el Rey encontró en sus nerviosos ojos lo que tan ansiosamente estaba esperando, al otro extremo de la Sala Real, la puerta se abrió lentamente.
La cara del Rey era todo un poema. Si no fuera por lo que representaba y por las estrictas normas de protocolo, que el mismo había impuesto, hubiera atravesado los 50 pasos de la sala para abrazar a su queridísima hija sin perder un instante. A punto estuvo de hacerlo.
La Princesa cumplió con todas las pautas que obligaba el protocolo. Se arrodillo delante del Rey con la cabeza gacha, asomando de esta guisa la bella joroba que la Princesa Horrorosa tenía y lucía con orgullo. Beso el anillo real y a continuación reculo 5 pasos sin levantar la cabeza.
Tras unas breves palabras de agradecimiento por la magnífica acogida con la que fue recibida y ante la atenta y vidriosa mirada de su Padre, se dispuso a contar todo lo acontecido en tanto tiempo de ausencia.
- “… Y ahí estaba yo, sola y asustada. En esa patética plaza vacía de Aldea Bonita. Pero mi soledad quedo truncada, casi al instante, con la aparición frente a mí, de un ser diferente a los vistos hasta entonces”.- callo un instante para tomar aire y continuo…
Cara a cara se miraron. Una extraña atracción nunca vivida anteriormente por ninguno de los dos les impedía hablar. El tiempo se detuvo y la brisa parecía ahora querer respetar el momento.
Tenía una expresión difusa. Su rostro resultaba raramente bello. Su cabeza redondeada, contemplaba una frente generosa y marcaba el comienzo de unas largas y voluminosas rastras negras, que caían pesadamente sobre sus angulosos hombros. Una mandíbula prominente, marcaba el carácter de su rostro. Los ojos saltones y ligeramente azulados, le daban un maravilloso toque siniestro. Las cejas pobladas no tenían fin, se unían irremediablemente en el centro. Unicejo. Por último la nariz le daba al conjunto un equilibrio desconocido, grande, larga y aguileña terminaba en su punta con una verruga discreta pero tozuda.
No era alto ni bajo, ni gordo ni flaco, ni fornido ni enclenque. Pero si era un jorobado. Una discreta pero perceptible protuberancia, ligeramente ladeada, que intentaba camuflar con su larga y oscura melena, coronaba su espalda. Entonces a Horrorosa una sensación nueva le recorrió todo su cuerpo, un sofoco repentino y el corazón desbocado, hizo que de repente retirará su mirada y agachará la cabeza. Por un instante creyó ver en él, una reacción similar a la suya. Luego, el tiempo le dio la razón.
Lo irremediable ocurre porque así tiene que ocurrir. Y ésta vez no fue una excepción. Desde que cruzaran sus primeras miradas, en la Plaza de Aldea Bonita, sabían que estaban hechos el uno para el otro y una unión inquebrantable surgió al instante, como nace el Amor entre iguales. Sincero. Fulminante.
Durante todo el tiempo que la Princesa Horrorosa estuvo en Bonita, no se separo ni un solo instante de CasiGuapo, nombre de su amado. En ese tiempo Horrorosa, con la ayuda de su nuevo amor, aprendió a soportar e incluso a aceptar los curiosos parajes de esa minúscula región y a sus pobladores, tan diferentes a su anhelada y querida Tierra. El acercamiento a esa recóndita región por parte de la Princesa, llego hasta tal punto, que los lugareños la aceptaron como una más, diferente, dañinamente bella e imponente, pero sorprendentemente dulce y buena.
Los ciudadanos de Aldea Bonita, se sabían, decrépitos, minúsculos e incluso insultantemente ignorados por el resto de las regiones que componían Mundo de Mostruosinlandia. Lo que les había llevado desde tiempos inmemoriales al más absoluto de los aislamientos. Eso les protegía, les hacia estar seguros a sentirse decentes, no tan miserables y repugnantes. A salvo.
En Aldea Bonita nadie, ni el más ilustrado de los habitantes conocía los orígenes de su fallida etnia, tan diferente al resto. Tan insultada. Cuentan los más viejos del lugar, que ellos fueron el eslabón perdido de los primeros seres que habitaron Mundo de Mostruosilandia, cuando esta era muy diferente a lo que hoy es. Un Mundo espectacularmente caótico, oscuro, frio hasta helar. Donde el sol no asoma y la luna campa a sus anchas. En el que las tormentas eléctricas iluminan el cielo con una belleza fantasmagórica, acompañadas siempre con lluvias torrenciales y olores de fragancias acidas y maravillosamente flatulentas. Un paraíso.
-“…Padre y queridísimo Rey Caraculo Demalaespina Palazote de Ciénaga y Ojocubero de todos los santos, os ruego me acompañéis cuando vuestra agenda así lo permita, a descubrir como lo hice yo, un lugar diferente, caótico, pero extrañamente entrañable.”- Se detuvo un instante y con lagrimas en los ojos, continuo.
-“Un mundo que vos mismo alimento con sus cuentos cuando yo era una pestilente chiquita… ¿recuerda?”- En ese momento, se limpio con la manga de su raido vestido los mocos verdes que habían aparecido por la emoción.
El Rey confuso por el relato que acababa de escuchar, no acertaba a decir palabra y con la mirada perdida en las decenas de antorchas que iluminaban la sala, prefirió callar. Intuía que algo perverso y retorcido iba a ocurrir. Lo supo hace ya hace un rato y los temores que turbaban su cabeza y corazón estaban a punto de hacerse realidad. Quiso que aquello parara, se detuviera, que fuera simplemente un sueño.
Pero no lo era y la Princesa Horrorosa continúo…
Tomó aire y con un tono de voz todavía más firme y decidido. Continuó.
-“….por todo ello queridísimo padre, quiero que conozcáis al ser más maravilloso y tierno de toda Mostruosilandia, que ha sido para mí, amor y guía durante este tiempo de ausencia y del que aprendí a ver el mundo desde otro prisma seguramente más amable y tierno…”- e intentando ser lo más beligerante y clara que sus sentimientos le permitían, prosiguió.
- “¡…y va a ser, os lo confieso delante de la Corte y los Grandes del Reino, la persona con la que pienso pasar el resto de mi horrorosa y fétida vida!”
-“¡Les presento a mi queridísimo y amado esposo Casiguapo DelCielo Celeste!”- En ese momento la Princesa sintió como si su cuerpo no le perteneciese y no tuviera control sobre él. A punto estuvo de caer desvanecida por su pesado nuevo cuerpo.
Mientras Casiguapo se presentaba ante los máximos representantes de Tierra Siniestra, cumpliendo con el protocolo como así se lo había aconsejado su queridísima y amante esposa. El Rey se encontraba ausente, su cabeza estaba muy lejos de lo que allí estaba sucediendo. Absorto. Le venían recuerdos de tiempos pretéritos, imágenes sueltas, deslavazadas, sin una conexión coherente. Imágenes de tiempos convulsos que tenía archivados en el baúl de los recuerdos tristes y voluntariamente olvidados. Recuerdos que muy a su pesar estaban cogiendo un caprichoso y terrible significado.
Veinticinco años atrás:
#Pelo rojizo raramente entrelazado y desaliñado, digna heredera de la realeza por su más que incipiente joroba ligeramente ladeada, princesa y hermana del futuro Rey.
#Tiempos de tensa paz, donde los pactos y acuerdos entre regiones otras veces hermanas en el Mundo de Mostruosilandia, permitía que los conflictos se contuvieran y las diferentes etnias mantuvieran la paz.
#Lloros inmisericordes de una hermana desposeída de cualquier razón. Donde los tratos entre los Estados belicosos no conocían de amor, familia o compasión. El bien común, la paz, primaba por encima de los lazos afectivos y familiares por muy reales que estos fueran.
#Perdida de hermana cómplice, cariñosa y siempre risueña. Dolor. Angustia por no hacer nada, por traicionar a su otro yo. Culpabilidad por ser un cobarde y no actuar como su corazón le dictaba. Un remordimiento que perdurara para el resto de su vida.
#Ausencia infinita y definitiva, cuando su hermana decidió huir antes de ser “vendida” en un pacto frio y cruel. Desaparecer por siempre jamás, sin dejar rastro. Solo una nota esgrimía su tristeza y desazón, al sentirse traicionada sin ninguna compasión. En ella citaba su deseo de no ser hallada, ya que su familia había muerto y con ella su amor y su recuerdo.
El Rey Caraculo Demalaespina Palazote de Ciénaga y Ojocubero de todos los santos, regreso al presente. Muy a su pesar.
En la protocolaria y breve presentación de Casiguapo, éste dejó patente su inmenso, puro y sagrado amor hacia la Princesa, así como su respeto sincero al Rey, por el simple hecho de ser padre de su amada. Demostró ser persona de pocas pero acertadas palabras y poseer una personalidad arrebatadora y raramente familiar.
Después del recibimiento en honor a la queridísima Princesa y a su enigmática pareja, los actos de bienvenida concluirían con una frugal y copiosa cena. Los personajes más distinguidos de Siniestra estaban invitados: comerciantes, militares, senadores, brujos y sanadores. Todos ellos junto con la Corte y los Grandes del Reino, disfrutaron de grandes manjares y deliciosos caldos, servidos por la etnia de los seis-dedos, especializada en estos menesteres por su habilidad y diligencia.
El manjar más apreciado, era sin lugar a dudas los sapos aderezados con alas de murciélago, rellenos de vísceras de tortuga vieja y asados a fuego lento para que los sabores se entremezclen entre sí. Delicatessen que dejaba en el paladar de los comensales, un sabor profundo a brasa, con un toque ligeramente amargo. Los caldos que se sirvieron variaban desde las aguas puras de cloaca, a las cervezas fermentadas en grandes depósitos de caca de murciélago, pasando para los más puristas y refinados, a los avinagrados vinos de la gran reserva perteneciente a la bodega Real.
Los actos terminaron bien entrada la madrugada, con los invitados completamente ebrios como era costumbre en agradecimiento a la invitación recibida y tétricamente engalanados con multitud de collares de serpientes disecadas, como era tradición. Los espectáculos acrobáticos y musicales que acompañaron la suculenta velada, fue lo último en concluir.
Esa noche nadie en La Corte pudo conciliar el sueño. Cada uno por un motivo diferente, auténtico y real.
A la mañana siguiente la familia iba a poder hablar con la intimidad que el protocolo había impedido la noche anterior. Todos tenían muchas cosas que decirse, por ello la noche en vela les sirvió para aclarar sus sentimientos y medir las palabras que pronto tendrían ocasión de expulsar. Palabras salidas de la razón, del corazón y hasta de las tripas.
En la cocina de Palacio, como el Rey acostumbraba hacer, se produjo el encuentro auténtico e íntimo. Entre brebajes mal olientes y pucheros. Alrededor de una mesa sencilla donde desayunaba el Monarca todos los días. Caraculo, Horrorosa y Casiguapo se encontraron.
Después de los anhelados abrazos, besos y carantoñas entre padre e hija, y del cortes y viril saludo entre los recién conocidos. Caraculo tomo la palabra y haciendo gala de su fama. Fue al grano. Sin pensarlo. Pasará lo que pasará. Un día hace ya 25 años decidió que hablaría y actuaría con el corazón…
- “Amada hija, lo que tengo que decirte hoy, ha sido un secreto necesario y casi olvidado en mi subconsciente. Olvidado para poder vivir feliz en tu presencia y no amargado y triste por el recuerdo…” -
El rey expuso los hechos vividos en el pasado con gesto contenido y estudiada frialdad. Su dilatada experiencia le había demostrado que es la mejor manera de hablar con el corazón. Directo y mirando a los ojos. Sin gestos fingidos. Donde la palabra tome el protagonismo con su verdad. Sin pensar en las consecuencias.
Horrorosa escuchaba petrificada los secretos de su padre. Ponía en contexto los hechos acontecidos en otro tiempo. Intentaba comprender lo ocurrido, como su padre le aconsejaba hacer ante la toma de cualquier decisión. Pero no encontraba excusas que sirvieran para librar a su padre de tan pesado y doloroso yugo. En ese momento Horrorosa, sucumbió. Lo inesperado del relato le había cogido por sorpresa. No estaba preparada.
Abrazo a su padre por compasión, por amor de hija. Lo abrazo por no caerse plomizamente, con una fuerza inusual. Como el que abraza por última vez o por primera. Abrazo al nuevo padre sin secretos. Al gran Rey de Tierra Siniestra más cercano y sincero.
Padre e hija, amagados en su relato más intimista, no prestaron la atención debida a Casiguapo. Más bien fue ella, porque el rey lo sabía, lo esperaba y lo intuía. Horrorosa no fue capaz de ver como las facciones de su amado se volvían más rígidas y extrañamente serias. Llenas de ira.
-“¡Era mi madre!”- grito Casiguapo.
-“¡Era mi madre y tú la traicionaste!”- y salió corriendo, arrasando con todo.
Tras tres largos y angustiosos días de tensa espera en Palacio. Padre e hija, vivieron momentos de encuentros y desencuentros. De razonadas y pasionales discusiones. De inquietud y temor al destino incierto. Momentos finalmente de cicatrices viejas y nuevas, curadas por el amor filial entre dos generaciones tan distintas pero a la vez tan cercanas.
Casiguapo, después de tres días de vagabundear sin criterio, perdido en sus pensamientos, meditabundo en sus decisiones y finalmente consciente de lo que quería decir, se presento en Palacio. Desaliñado y abatido, no se adivinaba la posibilidad de esperanza y reencuentro. Al tiempo.
El Rey y la Princesa esperaron inquietos las palabras de Casiguapo. Mantuvieron la calma por respeto al dolor y rabia que sabían permanecía en su alma. Expectantes frente a él, el tiempo pasaba. Las miradas fijas se entrecruzaban sin decir nada y todo. Y por fin hablo.
- “¡Amo a su hija!”- grito con dolor y pasión.
-“Pero le odio a usted sin conocerlo. Le odio por todo el dolor causado. Dolor desconocido y descubierto. Dolor que seguramente cerceno y consumió a mi madre aún siendo joven… y que le llevo a la muerte cuando yo nací”- intento mantenerse firme, pero su voz quebró.
-“De repente soy esposo… primo, sobrino y yerno a partes iguales. Pero desde hoy le comunico, que solo seré una cosa… ¡Esposo y amante marido! ¡No quiero títulos, ni linajes! ¡No quiero nada que vos me pueda ofrecer! ¡Solo le pido y le exijo! ¡Que respete nuestro amor! ¡Como el amor de hermano que no supo respetar... a sabiendas de la traición y tristeza que estaba cometiendo!”- y lloro como nunca antes lo había hecho, como un niño sin su madre.
El Rey derrumbado en su trono, triste y melancólico, acepto todo lo impuesto por vergüenza y convencimiento. Apesadumbrado intuía, que los futuros nietos que con el tiempo vendrían, podrían ser de otra raza, lejana y desconocida. Pues sabía, que su renegado yerno y sobrino de ojos azules, era hijo también de aquellos, los olvidados.
El tiempo lo cura todo, la desazón y el decoro. Por eso termino con estas rimas, por lo bien que acaba todo.
Y colorín colorado este cuento horroroso ha terminado.
“Un relato dedicado a mis niños, los más horrorosos de este bello Mundo”
Oscar Ara del Amo