Después
de andar más de 45 minutos cargando con dos bolsas llenas de comida, Chema sale
de su letargo y tras un ligero suspiro, toma aire. Adivina a lo lejos las escandalosas
risotadas de los amiguitos de su hijo Nicolás y a tan solo 400 metros de su
casa, tras una leve parada, el bueno de Chema decide por décimo tercera vez intercambiarse de nuevo las bolsas de mano; el
peso de la carga ha vencido el torrente sanguíneo de sus delicados dedos, marcándolos,
adormeciéndolos, hiriéndolos de muerte.
Inconscientemente,
de su cansado rostro asoma una desconocida mueca de felicidad. La alegría de
volver a ver a su niño y a su preciosa mujer le invaden por completo
olvidándolo todo.
Los
gritos de los pequeños son ahora más cercanos, casi se aciertan a comprender. Su
andar cansino, al igual que su derrotado corazón, parecen querer ir más deprisa
de lo que están acostumbrados, y antes de torcer la esquina, Chema tiene que
detenerse de nuevo. Un sudor frío le recorre todo su cuerpo, las palpitaciones
se aceleran sin control y una sensación de vacío e ingravidez le hacen
derrumbarse en el frío suelo.
Incrédulo
y asustado no adivina a entender que le sucede, y de repente, como si de un
sueño se tratará, aparece en su borroso campo de visión una pequeña pelota que
rueda libre por la empinada callejuela de San Román. Unos segundos después, un pequeño
y saltarín muchacho corre a recoger el motivo de su juego, de su alegría…
brinca, galopa y hasta tropieza al querer atrapar el último recuerdo que tiene
de su padre; el balón del R. Madrid que le regalo antes de marchar no sabe muy
bien a dónde.
Tras la
reconquista de su tesoro, esa sonrisa que solo puede tener un niño se torna en
otra cosa… boquiabierto, el pequeño se queda quieto, reconoce a esa persona que allá a lo lejos,
recoge acelerado latas, frascos y alguna que otra fruta que parecen querer huir
de las garras del enjuto y desaliñado hombre sin rostro, y huyen diseminadas a lo largo y ancho de la
estropeada acera. Es su padre, su papá.
Sin
tiempo de apañar convenientemente las castigadas bolsas y aun aturdido, Chema
contempla sorprendido como un vendaval pelirrojo se aproxima sin remedio hacia
él y su castigado cuerpo. El impacto es irremediable, fatídico, maravilloso…
descontrolado.
Mientras
tanto desde su ventana, la señora Carmen, del Principal 1ª del Nº 2 del
callejón El Rosal, observaba todo lo que ocurre en su pequeña porción de mundo
del barrio de San Martín, como ha venido haciendo los 3 últimos años desde que
su Antonio la dejara sola. La octogenaria viuda contempla aliviada el desenlace
final de unos inquietantes hechos que la tenían en ascuas. El apretujón de
Chechu (como lo llamaba desde crío) y su hijo, le hizo soltar una lagrimita de
emoción por esos pómulos acartonados que un día, hace varias décadas, fueron la
envidia de muchas mujeres. Vigorosa y alegre, se alzo levemente sobre la
mecedora y alcanzando el anisete… se lo bebió de un trago. ¡Feliz Navidad!
mascullo entre lágrimas.
Con el
balón bien sujeto por un brazo y con la otra mano aferrada a la huesuda muñeca
de su papá, Nicolás mientras se dirigen decididos a su casa, alza la cabeza y
admira embelesado el delgado rostro de ese señor tan querido y extraño a la vez.
Justo cuando se cruzan con sus amigos y ante la mirada sorprendida de Lolo,
Lucas y Miguel... Nicolás grita a los cuatro vientos que su Papá ha llegado, que
su Papá ya está aquí. ¡Qué viva su Papá!
Tras
haber llegado a un acuerdo filial, Nico, como lo llama su madre, se dirige a
ella y le dice que un señor en la puerta parece traer un correo urgente. Olga
desencajada intuye que algo no va bien y corre nerviosa hacia la entrada. Nicolás
entiende que quizás no ha sido tan buena idea.
Con la
mano en el pomo de la puerta y con los ojos cerrados, Olga coge aire como si
fuera la última vez. Sudorosa, no acierta a girar la manija de la puerta, hasta
que unas pequeñas manos lo hacen por ella…
Era él.
El padre de su hijo, su amigo, su amante, su pareja, su vida… era su amor, su
único amor nacido demasiado pronto, demasiado deprisa. Era la razón de su
existencia desde que decidieron, hace 7 años, compartir ilusionados el proyecto
de vida surgido de la pasión adolescente e irresponsable de dos chavales de 19
años. Era él, pero no era.
José
María acertó a comprender lo que transmitían esos preciosos ojos de su añorada
mujer… y dejando cuidadosamente las pesadas bolsas bajo el umbral de la puerta,
se acerco a ella besándola por completo; primero borro esas lagrimas que se
precipitaban decididas por las comisuras de sus labios, seguidamente sello sus
ojos con dos delicados besos, y por último, la pasión 6 meses escondida emergió
de súbito queriéndolo todo, deseándolo todo, atrapándolo todo.
Nicolás
abrazando a sus papás, entiende, ahora sí, cual es el sentido de la Navidad.
Esa
noche de Noche Buena nunca se le olvidará al pequeño Nicolás. Recordará siempre
la felicidad de sus padres al cantar los villancicos una y otra vez, una y otra
vez. Recordará la ilusión con la que su madre decoró la mesa, intentando disimilar
las penurias económicas que estábamos pasando. Recordará con nostalgia a la
invitada de honor, a la difunta señora Carmen y la alegría contagiosa que
transmitía al narrar las andanzas y peripecias sufridas en un tiempo lejano,
desconocido y aparentemente mejor… Y por supuesto también recordará, el
maravilloso manjar que esa noche iban a degustar: ensalada de escarola, las
papas bravas que a él tanto le gustaban, calamares rebozados, pimientos
rellenos de beicon y queso y ésa merluza a la vizcaína que tan bien le salía a
su papá.
Con el
paso de los años, Nicolás tomo conciencia del esfuerzo sobrehumano que hicieron
sus padres para que la Noche Buena del 2014 fuera tan especial. Entendió las
conversaciones entre susurros que ellos dos mantuvieron durante toda la noche,
una vez acabada la celebración. Comprendió muy pronto el porqué su madre se
empeño, durante el último mes antes de Navidad, en seleccionar la ropa de
abrigo que los amigos nos prestaban… y dedujo casi al instante, porqué las
pocas cosas de valor que tenían en casa se amontonaban en el interior de dos viejas maletas que su
madre tan delicadamente ordenaba.
12 años
después y a pocos días de Navidad, Nicolás recorre con su bicicleta el trayecto
que acostumbra a realizar para ir de su casa, en Rue des Ardennes, a la
Universidad Pública de Toulouse, en Rue du Doyen-Gabriel-Marty. Tras cruzar el
rio Garona por el puente de Saint Michel y atravesar buena parte del Boulevard
Pierre Paul Riquet, el joven se encuentra de frente con La Gare Toulouse-Matabiau,
donde se detiene. Con los brazos apoyados cansínamente sobre el manillar, el
joven se echa a llorar. Éste fue el primer lugar que piso junto a sus padres,
después de huir de la miseria en la que se había convertido España.
Fue
un 26 de diciembre del 2014 cuando sus
padres le comunicaron que se tenían que ir de casa y que nunca más volveríamos
a vivir en ella. Fue ese día, el primero que escucho la palabra desahucio, la
palabra impago, la palabra hipoteca y las palabras “ladrones hijos de puta”
(todo seguido) en boca de su madre. Y fue ese día el que le explicaron entre
lágrimas, que tenían que irse lejos, muy lejos, abandonándolo todo: el barrio,
los amigos, el colegio y hasta a la octogenaria y olvidada Señora Carmen.
Fue ese
extraño día, en el que Nicolás dejo de creer en la Navidad, en Santa Claus y
los Reyes Magos de Oriente.
Actualmente
José María trabaja de portero en un edificio de alto standing perteneciente al
Grupo Airbus, debido a la minusvalía contraída 11 años atrás, al serle
diagnosticada insuficiencia respiratoria crónica por los servicios médicos de
la propia empresa.
Olga lleva
trabajando 5 años en la agencia de viajes Voyages Gallia, del Boulevard de
Strasburg, gracias a las largas horas de insomnio que paso estudiando, después
de limpiar letrinas, hacer camas y fregar suelos 8 horas al día, en un
hotelucho de carretera, durante 6 duros y esforzados años.
Y
Nicolás es un pecotoso y simpático jovenzuelo que se lleva de calle a todas las
compañeras de 1º de Ciencias Políticas, gracias a la alegría y desparpajo
aprendido hace más de una década, de una tal Señora María del Carmen Sánchez
Bermejo.
Año
2026 D.C. España ya no existe para ellos… ni para los más de 1.500.000 de
exiliados que solo vuelven a casa por Navidad.
Oscar Ara