Les voy a confesar, ahora que no nos lee nadie, que me
reconozco un imbécil. Me reconozco un idiota que se cree que a alguien le va a
importa una mierda lo que escriba a través de las redes sociales o en este
mismo blog. Y como buen idiota que soy y haciendo caso omiso a la certeza antes
citada, voy a seguir con mi irremediable estupidez patológica de largarlo todo
como suelo hacer… a tutiplén.
Como digo, mi hipertrofiado ego me pone ante ustedes, que
alguno habrá, para escribir precisamente de eso, de imbéciles, gilipollas y
demás mequetrefes con ínfulas de predicadores de la verdad. La suya. La mía. La
única.
Sé que empezar así un texto no vende mucho, pero como el
gilipollas soy yo, escribo lo que me sale al pairo… y este es el quid de la cuestión.
Porque eso, precisamente eso es lo que hacemos en las redes sociales a
través de sus diferentes plataformas de difusión, todos los gilipollas del
mundo. Opinar. Maldecir. Odiar. Mentir. Difamar y escupir sin parar todas
nuestras miserias sin vergüenza ni filtro alguno, gracias a la libertad de
expresión que nos hemos otorgado los países “decentes”, apelando a nuestra
denostada Democracia. Hemos contribuido, sin saberlo, a un mundo paralelo y
virtual de Gilícratas (gilipollas demócratas).
Los Gilícratas vocacionales, nos caracterizamos por leer
artículos de opinión (los más avezados solo leen el titular), informativos de
nuestra cuerda ideológica, tertulias televisivas de dudosa objetividad y
seguimos por twitter a los verdaderos Apóstoles de la razón absoluta. Es simple
y complejo a la vez.
- Qué se te ha colado un artículo que razona y remueve las entrañas de tu verdad por dentro triturándolo todo… no le haces ni puto caso.
- Qué aquello de lo que estabas convencido se te refuerza con un exabrupto o metida de pata del oponente político en cuestión… le clavas la estaca, lo tuiteas, retuiteas, copias el enlace y lo maldices a él y a sus cien generaciones futuras, lo caricaturizas con una foto de fotomatón. Lo descuartizas vivo.
- Qué ante tus ojos aparece la objetividad pintada de rosa, y te demuestra lo mezquino que eres. Te paras, recapacitas y rechazas pensar que tu misión es ridícula y cansina. Ser Apóstata en estos tiempos de locura y esquizofrenia no es posible. Ahora no.
A muchos, todo esto os parecerá un absurdo y un sin sentido…
Dejar de leer.
A otros, los Gilícratas convencidos os invito a recapacitar.
A mirar por la vergüenza ajena que provocamos ante nuestros semejantes,
familiares y amigos. Porque no es necesario que tu persona y la mía se reflejen
en el espejo de la vanidad, de los bulos, las medias verdades… en definitiva,
dejar de ser portavoces de la podredumbre de nuestra clase política, seres tan
miserables, acomplejados e idiotas como lo somos tú y yo. Son los Gilícratas de
profesión. Los elegidos. Los Gilícratas de Estado.
Termino entendiendo tu sorpresa ante semejante ida de olla.
Pero en este tiempo de parón y confinamiento obligado, creo que era necesario
tomar consciencia de lo que somos, de cómo actuamos, de la poca capacidad crítica
que tenemos al guiarnos básicamente por nuestros instintos más primarios e
irracionales. Nuestra supervivencia. Nuestros aprendizajes adquiridos en el círculo
familiar, educativo, cultural y religioso. De ahí el problema.
No nos han enseñado a pensar y reposar. A reflexionar… a ser
verdaderamente libres.
¡Gilícratas patrios! Dejemos de dar por culo y cojamos un
libro... el mundo nos lo agradecerá.
Oscar Ara.