Me
gusta el fútbol. Lo confieso. Mis recuerdos de niñez no se conciben sin un
balón entre los pies. La permanente presencia de esa esfera sucia y abombada
dentro de mi mochila, de aquí para allá cual amuleto, hacía que mis momentos de
ocio estuvieran llenos de alegría y diversión. Recuerdo esos partidos en la
explanada del colegio al salir de clase, sin merendar. Recuerdo los pelotazos
en la calle a coches inocentes y persianas de tiendas quejosas de tanto pequeño
bárbaro. Y recuerdo aún con extrañeza, jugar en la terraza de mi casa (una 4º
planta), no vean lo rápido que bajábamos y subíamos los cuatro pisos sin
ascensor cada vez que tirábamos el balón, 80 escalones hartos de ser pisoteados
sin compasión.
Mi
infancia y en eso no soy muy original, giraba en torno a la pelota. El fútbol
de barrio, era un hervidero de mocosos más o menos habilidosos con el balón,
que imaginaban defender los colores de sus equipos, en mi caso el Real Zaragoza…
Entonces no existían campos de futbol, ni instalaciones deportivas como las
actuales, se jugaba literalmente en la calle, en la plaza o en cualquier lugar
con posibilidades de ser invadido por los infantes del balón. Los singulares botes
de la esfera neumática, despertaban la imaginación del niño y lo acercaban a
las matemáticas aplicadas, al tener que adivinar la tangente o parábola que iba
a dibujar en el aire. Toda una habilidad… Rodillas llenas de escorchones,
tibias con moratones y pantalones hartos de ser remendados una y otra vez.
Horas y horas de campeonatos perdidos y ganados, con la inmediata posibilidad
de revancha, mañana a más tardar…
El fútbol, por la simplicidad de los elementos necesarios para ser practicado: una pelota y peloteros dispuestos a patear sin control, es el deporte universal por antonomasia, porque las reglas son lo de menos, se adaptan y son flexibles. Es él juego en su máxima expresión: lúdico, participativo, con roles bien definidos (compañero-rival), de reglas sencillas, que trabaja habilidades básicas (carrera, salto…) y con un gran carga de coordinación y estrategia… Es además, fácilmente adaptable tanto a las edades de sus practicantes; fútbol-sala, fútbol siete o fútbol once… como a los espacios físicos; fútbol playa o fútbol indoor. ¡Alguien da más!
El fútbol, por la simplicidad de los elementos necesarios para ser practicado: una pelota y peloteros dispuestos a patear sin control, es el deporte universal por antonomasia, porque las reglas son lo de menos, se adaptan y son flexibles. Es él juego en su máxima expresión: lúdico, participativo, con roles bien definidos (compañero-rival), de reglas sencillas, que trabaja habilidades básicas (carrera, salto…) y con un gran carga de coordinación y estrategia… Es además, fácilmente adaptable tanto a las edades de sus practicantes; fútbol-sala, fútbol siete o fútbol once… como a los espacios físicos; fútbol playa o fútbol indoor. ¡Alguien da más!
Lo que
empezó como un juego, se convirtió en una pasión. El fútbol formo parte
esencial de mí ser, durante un largo y maravilloso trayecto de mi vida. Estuvo
siempre presente; en la niñez y la adolescencia, en la juventud y en la madurez
(en ello estoy). El carácter, la personalidad y los hábitos más o menos
saludables, se forjaban y reflejaban alrededor del balón. El esfuerzo y el
sacrificio. La ofuscación de la derrota era de pequeño calado, tenía una rápida
contestación, casi inmediata, con la satisfacción en la victoria. Esto me
enseño a relativizar los resultados puntuales y a descubrir que lo importante
es el camino a trazar, donde la cooperación entre iguales suma y es una parte
fundamental para crecer y mejorar en lo individual y en lo colectivo. Disfrute
de los valores y aprendizajes que éste juego atesora, gracias a gente,
entrenadores, utilleros y dirigentes que dedicaban su tiempo libre a
garramantas como yo.
Todo
ello tomo un cariz más serio con el tiempo, antes de lo esperado, casi sin
darme cuenta. El deporte Rey que hasta entonces era mi hobby, mi divertimento…
se torno en trabajo de dedicación exclusiva. El fútbol se convirtió en mi
profesión, durante un breve pero intenso periodo de mí vida… Pero eso no les
interesa, es lo de menos créanme.
Fundamentalmente
para mí, el futbol ha sido sinónimo de amigos. Con los que compartí entrenamientos
y partidos sin fin. Vivencias y risas. Juergas controladas y otras no tanto. Victorias
mil veces rememoradas y derrotas olvidadas. Consejos acertados y ayudas no
reconocidas. Enfados y reconciliaciones tormentosas y sinceras. Viajes
iniciáticos que despertaron el afán por conocer y vivir experiencias. Desgracias
y tristezas compartidas y atenuadas… y sobre todo para el que escribe,
INFLUENCIAS POSITIVAS. Amigos que me sirvieron y ayudaron, sin darse cuenta, a reorientar
mi vida de una forma definitiva, por el simple hecho de haberles conocido y
haberles disfrutado.
Eso es
lo que yo conseguí del deporte Rey. AMIGOS con mayúsculas, que el tiempo no ha
conseguido derribar y que ahora perezoso, nunca derribará. Amigos curiosos e
incluso raros, que con 14 años y por la casualidad del destino, nos hizo
coincidir en el mismo equipo… y hasta ahora, 28 años después continuamos
vistiendo la misma elástica, la verde de la amistad auténtica y verdadera.
Como
ven, nada he hablado de Messi o Cristiano Ronaldo de Casillas o Víctor Valdés.
No me he referido a los dos grandes de la liga española, Barça y Madrid. Ni he
hecho referencia a tácticas de carácter más conservador 4-4-2 ó más innovadoras
4-2-3-1. Nada sobre el carácter mercantilista en el que se ha convertido el fútbol,
ni de las pasiones exacerbadas y salvajes que este deporte acompaña con
demasiada asiduidad a sus aficionados, con imágenes vergonzantes que nada tienen
que ver con la Génesis de este juego maravilloso. Y no lo hago precisamente
porque todo ello no es FÚTBOL, es otra cosa. Un espectáculo televisivo de
impresionante repercusión mediática, destinado a ser visto por millones de
aficionados que se sienten identificados por unos colores o por un jugador
concreto. Pero que poco o nada tienen
que ver con el fútbol de patio de colegio, el verdaderamente lúdico,
participativo y divertido que conocí de niño. El juego por el juego, en estado natural,
sin pulir, con adornos inventados y sistemas tácticos de libre albedrío, sin
reprimendas ni reprimidos.
Me
dirán que soy un nostálgico, un ideólogo de tres al cuarto que quiere ir a contra
corriente… quién sabe, quizás tengan razón. Pero les aseguro que el único fútbol
que despierta mi pasión, es el de mis niños. El que juegan cada sábado por la
mañana con el equipo del colegio. Ver sus caras llenas de ilusión y felicidad, sentir
sus nervios por no querer llegar tarde al partido, la imagen cómica que tienen
con esos pantalones inmensos que tan apenas dejan asomar sus delgadas piernas o
esas mangas de la camiseta tres tallas grandes... no tiene precio. Verles
disfrutar con esa sonrisa y trotar saltarín, descompasado y alocado, que busca la complicidad de los Papás. Es definitivamente enternecedor.
Solo
espero y deseo que estos momentos los recuerden con el mismo cariño y anhelo de su padre. Un futbolero echado a menos y cada vez más alejado del balón. De
ese balón etéreo y ficticio en el que se ha convertido el fútbol. Ese deporte
al que amo, pero en el que ya no me reconozco.
Oscar
Ara
Documental: QUIERO SER MESSI