viernes, 19 de julio de 2013

DOS INFANTES, TAN DISTANTES.



Contaré un cuento digno de contar,
sobre dos niños inquietos, como es natural.

Rondaban la edad del pavo,
Alfredo más zagal que el enano de Mariano.

Tenían familia y una hogar,
donde crecieron, jugaron y aprendieron a sumar.

Sus familias cada una de un lugar,
por una guerra tuvieron que pasar,
ellos llegaron tarde y no la pudieron “disfrutar”.

Vivieron su niñez como es normal,
haciendo trastadas por no parar.

La infancia disfrutaron con la inocencia del enfant,
sin darse cuenta de la realidad.

Tiraban piedras al río y jugaban con el rastrillo,
lanzaban la peonza y nadaban en la poza.

De lugares diferentes era cada niño,
pero en la España del Caudillo,
en todos se percibía el mismo tufillo.

Eran niños distintos, por carácter y por instinto,
pero a los dos espabilados, les gustaban los helados.

No se conocían Alfredo y Mariano,
pero sus canciones y juegos no variaban demasiado.

No padecieron hambre, ni pobreza,
sus padres lo impidieron con firmeza.

Los amigos de Alfredo le querían por abierto,
en cambio a los de Mariano, les gustaba por cercano.

Tenían enemigos con los que pelearse,
por bravuconería o por chincharse,
se zurraban pero sin pasarse.

Mariano vergonzoso no miraba ni de reojo,
a la niña de al lado que era como un antojo.

Alfredo más experto,
no se le escapaba ni una,
¡se ligaba cada una!

Tenían muchos hermanos,
pues antaño no existía cristiano,
que no cumpliera con el Vaticano.

Los papás trabajaban tanto y sin parar,
que ni un ratico con ellos podían estar.

Sus mamás por el contrario,
cansadas de tanto niñato,
con Santa Rita se han ido un rato.

Los abuelos de Alfredo le contaron un cuento,
de como la vida le depararía un secreto.

Mientras a los de Mariano,
no les gustaban los cuentos
¡eran más de gestos!

Alfredo y Mariano no notaron demasiado,
las tristezas de un pueblo que sufría un desgarro.

En la Escuela su niñez se perdía,
porque no estaba permitida la rebeldía,
no era adecuada y se reprimía.

Los curas, las monjas y los beatos,
moldearon su inocencia y descaro,
convirtieron a los niños en marcianos.

Y este cuento me he inventado,
porque así me ha dado,
y por crear un pareado.

De dos niños iguales por momentos,
que ahora siendo más esbeltos
en algún rincón de sus vidas,
cambiaron sus pensamientos…




Oscar Ara








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