jueves, 4 de diciembre de 2014

LA CRISIS DE LOS 40

En mi relajada reflexión de hoy, por una vez y por prescripción médica, me he permitido hacer trampas y he evitado conscientemente introducir en el relato conceptos de índole social o económico; cultural o religioso; e incluso he osado omitir cualquier referencia política que nos permita acercarnos, tan siquiera, a la puñetera realidad en la que vivimos. Al tema.


A todos aquellos “pseudo-adolescentes” nacidos allá por los años ‘70, nos ocurre algo muy curioso que voy a intentar trasmitir con mi acostumbrada torpeza, (falso ego).

Los pertenecientes a la época dorada del “baby boom” en España, nos encontramos en estos momentos y por pura lógica temporal, en el meridiano de nuestras vidas biológicas. Este hecho incuestionable, nos permite tener un bagaje de experiencias vitales más o menos extenso, a la vez que un futuro por explorar ilusionante y lleno de incógnitas.

Se dice, se cuenta, se rumorea, que a estas edades inciertas, los individuos tendemos a resetear el disco duro por la necesidad de hacer un chequeo, una revisión, un balance de la vida que cada cual ha creado para sí y para los que le circundan. Afrontamos nuestra ISO 9000 particular por la necesidad de cotejar y certificar si la gestión de nuestras acciones han sido o han contado con el necesario reposo y acierto por el que sentirnos plenamente realizados cuatro décadas después.


Parece ser que ese análisis, ese pause que hacemos en nuestro azorado ritmo de vida, nos permite a unos cuantos, no a todos, vislumbrar los logros y fracasos que hemos conquistado hasta el momento. Chequeamos aspectos como: la inercia irrefrenable de nuestra formación, la constancia en el esfuerzo, el poderoso respaldo familiar, la influencia decisiva de los amigos de verdad… así como la variable caprichosa de la fortuna. Todo este popurrí nos permitirá aceptarnos como los individuos imperfectos que somos y nos ayudará a conocer nuestras patéticas limitaciones.

Por lo tanto se puede deducir que la conquista de la madurez, viene ineludiblemente acompañada por la verificación, la necesidad vital de descubrirnos, de preguntarnos quiénes somos, dónde estamos y qué nos ha llevado hasta aquí…


Es la llamada “crisis de los 40”. La crisis de la ruptura o aceptación de uno mismo y sus circunstancias. La crisis del descubrimiento de nuestras miserias más íntimas y vergonzantes. El momento de parar esa mentira en la que se ha convertido nuestra existencia, o la hora de romper con la depresión vital que hemos soportado demasiado tiempo porque sí, por sibilina cobardía.

Sé y entiendo que no siempre es así. Sé, como he dicho antes, que no todos padecen el virus de la resurrección y redención del alma. E incluso sé que es posible que alguno, los menos, estén contentos y orgullosos de cómo les ha tratado la vida.

Todos conocemos o hemos sufrido en carne propia, la aparición de inesperados brotes de clarividencia y lucidez que irremediablemente nos han precipitado a la toma de decisiones valientes y arriesgadas. No son pocos los individuos que rondando los 40, deciden separarse perdiéndolo todo. No son pocos los que, si las circunstancias lo permiten, dan un giro a su anodina vida laboral y se tiran al monte de la inconsciencia. Y no son pocos también, los que deciden cerrar los ojos y seguir adelante entendiendo que más vale malo conocido… que Gin-Tonic en vaso de tubo, (chascarrillo).


Porque he de confesarles, desde el rinconcico íntimo de mi maravilloso blog, que este escrito nace de la poética imagen que surgió en mi descerebrada cabeza, al observar la expresión de mis pequeños cuando sus papás se hacían mímicos. En esa estampa me dibuje en ellos. Me adivine hace treinta y tantos años observando a mí mamá, como quien adivina que allí está la mujer más maravillosa del mundo. Me enterneció reconocer en sus miradas, el sentimiento de plenitud que conseguía trasmitir mi abuela con su sola presencia… y porque no, me recordó los cansinos consejos de un papá demasiado ausente y despistado.

Desde esas miradas nerviosas, desde esa perspectiva infantil que alimenta un mundo lleno de luz e inocencia, nacen nuestros sueños más puros y primigenios que un día intentaremos hacer realidad… y que la vida, con su retorcida manía de entrometerse, desvirtuará convirtiéndola en una realidad ilusoria o en una maravillosa realidad. Al tiempo.



Oscar Ara






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