En mi
relajada reflexión de hoy, por una vez y por prescripción médica, me he
permitido hacer trampas y he evitado conscientemente introducir en el relato
conceptos de índole social o económico; cultural o religioso; e incluso he osado
omitir cualquier referencia política que nos permita acercarnos, tan siquiera, a
la puñetera realidad en la que vivimos. Al tema.
A todos
aquellos “pseudo-adolescentes” nacidos allá por los años ‘70, nos ocurre algo
muy curioso que voy a intentar trasmitir con mi acostumbrada torpeza, (falso
ego).
Los
pertenecientes a la época dorada del “baby boom” en España, nos encontramos en
estos momentos y por pura lógica temporal, en el meridiano de nuestras vidas
biológicas. Este hecho incuestionable, nos permite tener un bagaje de
experiencias vitales más o menos extenso, a la vez que un futuro por explorar
ilusionante y lleno de incógnitas.
Se
dice, se cuenta, se rumorea, que a estas edades inciertas, los individuos
tendemos a resetear el disco duro por la necesidad de hacer un chequeo, una
revisión, un balance de la vida que cada cual ha creado para sí y para los que
le circundan. Afrontamos nuestra ISO 9000 particular por la necesidad de
cotejar y certificar si la gestión de nuestras acciones han sido o han contado
con el necesario reposo y acierto por el que sentirnos plenamente realizados
cuatro décadas después.
Parece
ser que ese análisis, ese pause que hacemos en nuestro azorado ritmo de vida,
nos permite a unos cuantos, no a todos, vislumbrar los logros y fracasos que
hemos conquistado hasta el momento. Chequeamos aspectos como: la inercia
irrefrenable de nuestra formación, la constancia en el esfuerzo, el poderoso respaldo
familiar, la influencia decisiva de los amigos de verdad… así como la variable caprichosa
de la fortuna. Todo este popurrí nos permitirá aceptarnos como los individuos
imperfectos que somos y nos ayudará a conocer nuestras patéticas limitaciones.
Por lo
tanto se puede deducir que la conquista de la madurez, viene ineludiblemente
acompañada por la verificación, la necesidad vital de descubrirnos, de
preguntarnos quiénes somos, dónde estamos y qué nos ha llevado hasta aquí…
Es la
llamada “crisis de los 40”. La crisis de la ruptura o aceptación de uno mismo y
sus circunstancias. La crisis del descubrimiento de nuestras miserias más
íntimas y vergonzantes. El momento de parar esa mentira en la que se ha
convertido nuestra existencia, o la hora de romper con la depresión vital que
hemos soportado demasiado tiempo porque sí, por sibilina cobardía.
Sé y
entiendo que no siempre es así. Sé, como he dicho antes, que no todos padecen
el virus de la resurrección y redención del alma. E incluso sé que es posible
que alguno, los menos, estén contentos y orgullosos de cómo les ha tratado la
vida.
Todos
conocemos o hemos sufrido en carne propia, la aparición de inesperados brotes de
clarividencia y lucidez que irremediablemente nos han precipitado a la toma de
decisiones valientes y arriesgadas. No son pocos los individuos que rondando
los 40, deciden separarse perdiéndolo todo. No son pocos los que, si las
circunstancias lo permiten, dan un giro a su anodina vida laboral y se tiran al
monte de la inconsciencia. Y no son pocos también, los que deciden cerrar los
ojos y seguir adelante entendiendo que más vale malo conocido… que Gin-Tonic en
vaso de tubo, (chascarrillo).
Porque
he de confesarles, desde el rinconcico íntimo de mi maravilloso blog, que este
escrito nace de la poética imagen que surgió en mi descerebrada cabeza, al
observar la expresión de mis pequeños cuando sus papás se hacían mímicos. En
esa estampa me dibuje en ellos. Me adivine hace treinta y tantos años
observando a mí mamá, como quien adivina que allí está la mujer más maravillosa
del mundo. Me enterneció reconocer en sus miradas, el sentimiento de plenitud
que conseguía trasmitir mi abuela con su sola presencia… y porque no, me
recordó los cansinos consejos de un papá demasiado ausente y despistado.
Desde
esas miradas nerviosas, desde esa perspectiva infantil que alimenta un mundo
lleno de luz e inocencia, nacen nuestros sueños más puros y primigenios que un
día intentaremos hacer realidad… y que la vida, con su retorcida manía de
entrometerse, desvirtuará convirtiéndola en una realidad ilusoria o en una
maravillosa realidad. Al tiempo.
Oscar
Ara
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